Muchos de mis nenúfares proceden de un jardín en el que tienen cabida casi todas las artes.

La propiedad donde vive la familia que ha construido el jardín – llamada “ la casa del capitán “ por los vecinos – fue comprada en el Naranco por los abuelos de los actuales propietarios a su vuelta de Puerto Rico.  En 1945 se cavó en el prado pindio que da a poniente una huerta escalonada para el suministro de la cocina de la abuela. Así comenzó el único jardín que conozco creado de forma colectiva y fraternal, un espacio que ha madurado a lo largo de los años acogiendo libremente muchas creaciones individuales destinadas a embellecerlo.

Este jardín, colgado de la ladera del monte de Oviedo, como digo, fue creciendo de forma un tanto anárquica  gracias a la intervención de los miembros de varias generaciones de la familia, quienes, sin un plan aparente, fueron incorporando  todos los elementos que hacen de este espacio una obra de arte con muchísima vida.  Tanta que, pese a estar ahora vigilado por los edificios de pisos que sustituyeron a los prados y casas vecinas, su espíritu se impone a lo que le rodea y te atrapa en su microcosmos.

Los nueve hijos de esa familia numerosa tan especial, poco a poco, cubrieron muros con mosaicos de trencadís, alzaron esculturas vivas e inertes , pintaron  trampantojos de motivos clásicos (1) , levantaron pérgolas, estamparon caminos,  nivelaron  plataformas en las que poner bancos y mesas de diseño propio, cavaron estanques, cultivaron parterres, plantaron todo tipo de plantas  o colgaron casas de pájaros. Ese esfuerzo de décadas – sin duda inspirado y alentado por Doña Amparo, la mater familias – dio lugar a un puzle orgánico en el que las piezas encajan maravillosamente.

De sus aguas vienen las ninfeas que colorean mi estanque

Hace ya varios lustros mi amigo Arturo García  (2) – amigo de un amigo en aquella época – me  llamó para hacer un estanque a su madre. Tras la obligatoria inspección del lugar, tuve la fortuna de que les gustara el sitio y la forma sugeridos. Así que puse el agua al sol, cerca del banco de obra donde se sentaba a coser doña Amparo – el alma acogedora de la casa – , y le di las formas curvas de la cinta de Moebius,  símbolo de la eternidad y  el infinito.

Desde entonces, su fuente, sus nenúfares , sus carpas y la exuberante vegetación de alrededor animan el jardín y , sobre todo, desde entonces, soy amigo de la familia.

A lo largo de los años he ido unas cuantas veces y he tenido la suerte de seguir participando en ese proceso constante de mejora. De manera que hemos compartido trabajos, plantas,  peces o frutos de la huerta, y , para mí, lo que es más importante, muchos buenos ratos pasados con doña Amparo, Conchita, Coqui, Luis y Arturo..

Doña Amparo nos abandonó ya centenaria – la vi poco antes de irse y la encontré tan lúcida y amable como siempre – , querida por todos y con el raro mérito de dejar a sus hijos unidos en el empeño de continuar el legado familiar jardinero.

Dedicado a doña Amparo y  a Conchita , cuyo recuerdo perdurará siempre en la belleza de su jardín.

 

 

(1) Creados por Paco García Fernández , el hijo pintor de doña Amparo.  Sus obras se pueden ver en su página web Paco García Art 

(2) Arturo García Fernández es el creador de la página web literaria  » Palabras de Arturo»